y como no suelo pensar me dió por gritar desde el anden de enfrente justo cuando llegaba el metro y yo agitaba los brazos, como deben hacer los que están a punto de ahogarse, lanzándote una sonrisa a la espalda de esas que, sin saber por qué, te obligan a girarte para ver cómo me alejo sin moverme del sitio, sacándote la lengua y esperando a que la casualidad cualquier otro martes, ya sabes.
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