A último momento, quizá porque necesitamos de una estúpida razón, o simplemente el pelo sobre la almohada en medio de unos papeles apagados y a dónde vas casi como escrito en los labios puedes decir vaso de agua o simplemente no te preocupes, y si tuviéramos suerte los restos del amor y las gafas en la mano con el temor a que, por segunda vez, negásemos un vocabulario de puerta cerrada. Se me llenan los ojos de qué bonito es verte levantarte despacio y de espaldas buscando la ropa tirada por el suelo como recuerdo de otra cosa, de otra vida que no es esta en la que dijiste: dime cualquier cosa, que tiene las piernas más largas, por ejemplo. Y no es que las tenga más largas es que llegan más lejos.
Si al menos una mirada de desprecio en lugar de esa rutina de coletero y faldita alisada con la manos. Pónmelo fácil, no me beses esta vez.
Anoche, sueño, frío, mocos, le escribí desde la parada del autobús sin saber siquiera su número de teléfono. No respondió pero hoy tenía un mail suyo en el correo. Sólo un link pintado en azul.
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