Hay poca gente en la calle a esta hora, menos estos días que ya empieza a hacer frío y la parada de autobús parece más vacía a la salida de clase, noche cerrada y el cigarrillo hasta que pase el siguiente, diez o quince minutos después, justo el tiempo para que apoyado en una pared te busque en las sombras esparcidas por el suelo donde abrazándote las rodillas sobre el sofá te enfadas con el televisor que termina por apagarse cuando una de Sergio Leone, y en calcetines tomas cualquier libro camino a la habitación, apagando todas las luces y sintiendo un poquito de miedo, como cada noche, a que realmente sea soledad eso que llamas jueves. Encenderás un Gauloise cuando arroje el mío, esa costumbre de doblar la almohada, de comprobar dos veces que el despertador. Te acordarás un rato después de que no te has lavado los dientes y ya casi entre sueños que mañana seis años. Qué despacio pasan las calles cuando el resto del mundo cabe en este autobús y qué rápido, seis años ya, una farmacia, un coche rojo que adelanta por la derecha, los bares a punto de cerrar, la cama esperando sin deshacer…
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