Dibujame un domingo, tengo frío, y yo que no soy capaz más que de emborronar cuartillas ni para ir más lejos que los pequeños detalles me doy la espalda para huir a la carrera de tu voz sentado en la cama, fingiendo esas cosas que después nos sientan mal del otro lado de la verdad. Es como vivir al final de una carta de amor, cuando las despedidas confirman que los amantes que se escriben son los amantes que no se tocan. Lo malo es la temperatura de mi frente y que los amores y las distancias se convierten en cualquiera que sonría justo con esa sonrisa, justo tras otra cerveza. Supongo que voy a perder el tiempo si te pido un reproche, si ya casi no te importa la escalera que alcanza al segundo izquierda o que el lado frio desde el que te escribo sea el mismo lado desde el que me pide un domingo que no puedo darte. Dejamos de vernos por meses, años ya. Si acaso una llamada por el aniversario y otra de Año Nuevo, deseando lo mejor para el futuro de una cotidiana vida de autobuses y resultados deportivos.
Estarás regando las plantas, ahora, o recibiendo bombones, y te llamará mamá un pequeño Daniel o Alejandro que quiere uno de esos cuentos con princesas
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