Sabes muy bien que me resulta imposible dar con un reloj al que le faltan las manillas, buscando unos labios abiertos a esta hora en que se balancea la humedad de los bancos de metacrilato y las sombras se desparraman por las paredes vacías, en donde tu nombre es el humo anudado a un cigarro que no me atrevo a pisotear, ni tan siquiera arrojarlo al suelo, cuando del bar otra pareja, y ya son tres, sale a lo oscuro abrazada y sedienta tomando Marqués de Nobut hacia la plaza del Senado, mientras algún barrendero recoge sus risas y las cantinelas escupidas como homicidios. Cierto que ya no necesito verbalizarlo, me basta mendigar en la memoria para desenredar, o desordenarlo aún más, el momento en el que surges, dejándote pensar, creyendo que sonríes, o soy yo que realmente ya no me acuerdo y tengo que inventar los detalles, y de pronto sentada aquí conmigo, entre las sábanas, como desprendida de un papel carbón:, la copia exacta pero no vos. A veces es aún más tarde y ya ruidos de mañana, algunos que vuelven a casa o que salen para ir a trabajar, autobuses, escucharte es más difícil y tengo que acercarme tanto que parece te fuera a besar y te asustas un poco, pero soy tan pequeño que apenas te incomoda y este es siempre el momento en el que empieza a quemar algo así como un sueño para verte de nuevo parada y luna, verano y piedra, fiebre o rutina. Siempre te imagino con tu camiseta de Steve Mc Queen.
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