Dejé la facultad hace ya unos cuantos años aunque he seguido de una forma u otra vinculado a ella y no es extraño verme por allí, por la cafetería sobre todo, con libros bajo el brazo y una mochila decorada con chapas estilo años ochenta. Cierto que tengo, en algunos casos, idealizados aquellos años de los que, en alguna ocasión, ya os he hablado, pero no es menos cierto que se trataron de cinco inolvidables años con lo que no resulta extraño que me refiera a ellos. Extraño no, cargante puede, reconozco que al igual que esos tipos que cuentan sus batallitas de la mili yo cuento batallitas del grupo de amigos que formamos en la universidad sin ninguna impunidad, es más, a la mínima ocasión y sin necesidad de excusa alguna me pongo a citar nombres que sólo tienen sentido para mí, escenarios que nadie conoce salvo yo, historias que, en el mejor de los casos, tienen cierta gracia y poco más. El mismo lunes, sin ir más lejos, les contaba a los chicos de 2ºE sobre cierta mañana de septiembre en que confeccionábamos nuestro horario eligiendo asignaturas basándonos en la disponibilidad de conseguir apuntes sin necesidad de acudir a clase. Ya os he hablado de cómo aprendíamos mucho más del mundo, y de nosotros mismos, en la cafetería de la facultad que en la mayoría de las clases.
En todas las historias que cuento se repiten varios nombres que ya no corresponden a aquellos que compartieron esos días conmigo sino que responden a quién era yo mismo y en quién me he convertido hoy. Preguntado por la necesidad de saber Historia ayer le respondía a Celia que nosotros somos porque hubo otros que fueron antes, que hemos heredado sus aciertos y errores, más aún, que somos porque nuestros padres, porque nuestros hermanos, porque nuestros amigos, por todo lo que leemos, lo que escuchamos, lo que vemos, lo que no leemos, etc. Yo sería alguien, supongo, que completamente distinto si mis padres no, si mis hermanos no, si esta ciudad o cualquier otra, si no te hubiera conocido, si no hubiese estudiado en esta facultad, si no hubiera conocido a todos aquellos. De ahí que hablar de aquellos tipos con los que compartí tantas cosas en esos días sea hablar de mí mismo.
Han pasado ya (CENSURADO) años y salvo curiosas coincidencias no he vuelto a saber nada de ellos. Tampoco hago demasiado por buscarles, y esos momentos en que hemos coincidido (este verano con Toni, por ejemplo) no han servido para revitalizar ninguna vieja amistad. Es algo más frecuente de lo que crees o si no piensa en casos similares que te afecten a ti. Pero la vida te sorprende, en ocasiones, de forma tan inesperada que no tienes más que dejar pasar un minuto antes de soltar un enorme mira tú por dónde y volver a recordar-te en esas mañanas de facultad y sueño mal dormido y el Turu hablando de no sé qué cosas raras sobre música electrónica y poetas malditos mientras se aleja hacia la barra y pide unos cafés. Mismas cosas raras a las que le dedica unas palabras en su blog que descubro por una de esas casualidades que te dejan sin argumentos ante quienes creen en un complot mundial para que no pueda dejar de hablar de aquellos tipos que llamaba hermanos hace ya unos cuántos años.
Más casualidades: el blog del Turu habla de Arte y otras cosas importantes, de cine, de música, de Literatura, y, además, en él ha construido un hermoso país lluvioso. ¿Cómo negar que este tipo es mi hermano?
1 comentario:
Divinos hados eh?
Diagonal, marrón y las nubes.
Esta madrugada he encontrado un poema rebuscando en el trastero de mi alma.
Te lo enviaré envuelto en un silvido agudo desde algún lugar de la selva negra.
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