Por eso no me gustan los autobuses, por esa obscena sinceridad con la que, mira, ahora gira y el café Van Gogh, ahora la Plaza del Reloj, ahora Doctor Aranguren, para que esta maldita ciudad siga siendo cualquier lugar en el que ya no estás, o peor, cualquier lugar en el que el tiempo es la única constante porque aun esa farola, o esa sucursal de banco que entonces era una librería, o aquí tenía otra parada el 73, pero siempre el primer martes, siempre octubre, pese al cambio de estaciones.
Fijate qué leí, de pronto, en el diario de Andrés Fava: "la idiotez de decir dispongo de poco tiempo cuando es el tiempo el que dispone poco o mucho de ti"
Entonces el tiempo dispone de una gramática que, la mayoría de las veces, prescinde de palabras y a base de golpes de, no sé, un adolescente apoyado en el respaldo de un banco, el modo en que coloca esa mujer su pelo tras la oreja, en fin, la maleta de cuero de la que es posible extraer la arena de una playa por el camino de Swann, recibimos ese olor a ausencia, esas voces que como cosquillas se cuelan por debajo de la piel en busca del incendio que fue Carver o antes Fairy tale of New York o, incluso, el camino de baldosas amarillas que acababa en la recta final de una carretera cortada en una película de David Lynch. Y me acuerdo de Joan Manuel, de Federico, de la muerte de Gerardi que tanto nos conmovió, de y ahora qué?, de burgueses no habéis comprendido nada, de las tardes de cortado y Woody Allen, Eva llegaba a la tercera cerveza, casi siempre con el pelo mojado, de promesas posiblemente olvidadas o besos inventados, de Boris Vian, de Jackson Pollock, aunque tú más de Edward Hopper y yo más de Denis. Me acuerdo de las cintas que Alberto nos grababa con el Cuarteto Cedrón o con Mothers of Inventions, de las noches en que llegábamos justo a la sesión de las diez, de una tarde de tranvías en Lisboa.
Esas cosas, mientras se pasa tu parada el autobús y debes volver andando por entre las luces de la avenida, un paseo de diez años. Mejor esperar aquí por si pasa otro autobús.
No sé, tengo la impresión de que necesito escribirlo como para asegurarme de que realmente pasó, de que realmente pasa porque yo lo escribo, como si de una fuerza creadora, re-creadora más bien, que en realidad es el mismo texto, el lenguaje, que no deja de ser, que es a cada palabra, que es una forma de vencer al tiempo, si es que existe, una forma de ganar tiempo, tal vez. Pero Huidobro: "vuestro tiempo y vuestro espacio/ no son mi espacio ni mi tiempo" de ahí que los autobuses no me gusten con esa obscena sinceridad en la que una calle cualquiera es la calle en la que dejé de escribirte, en la que...total, me quedo sin espacio y casi sin tiempo.
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