Preguntado qué es lo que hubiera salvado en el incendio de la biblioteca de Alejandría, Salvador Dalí respondió: el fuego. Lo recuerdo saliendo de un abarrotado Museo del Prado en el que pasamos la mañana del domingo. Cuando era pequeño hacían en televisión un programa llamado Mirar un Cuadro (sí, yo ya era bastante rarito incluso entonces) en el que anónimos espectadores comentaban sus impresiones sobre un cuadro, que eran más tarde completadas por la opinión de un supuesto experto. El domingo tuve la sensación de encontrarme rodeado de expertos, no en arte, sino en turismo. Un conocido viajó a Paris y, tras un extensísimo resumen, nos comentó que había visitado el Louvre, cómo es eso? Se me ocurrió preguntar, si en Madrid nunca has ido a un museo. Hombre! Me respondió, Es que ir a Paris y no visitar el Louvre…!!!
Da la impresión de que visitar un Museo es algo obligado, en determinadas circunstancias, por mucho que no se entienda lo que hay en ellos. Sé que el domingo no es el mejor momento para visitar un museo si lo que buscas es disfrutar con tranquilidad, pero como el Prado no me resulta agradable, y Mari tiene pocos ratos libres no me importó compartir con aquellos que lo visitan por obligación. Sé que el problema es mío, digo, que me surgen un montón de dudas cuando, en realidad, se trata sólo de mirar un cuadro, decir algo así como Oh!!! Qué caballo tan bonito!!! Pasar al siguiente cuadro y repetir la operación.
Creo que uno de los mayores logros de la humanidad ha sido el acceso universal a la cultura, pero me da que no bastaba con abrir los museos, creo que de lo que se trataba era de que las personas se abrieran a los museos. Quiero decir, tener las puertas abiertas y permitir echar un vistazo no es educar, igual que convocar elecciones no es establecer un régimen democrático. Es necesario que los visitantes sean conscientes de lo que aporta un museo, que no se trate de quemar etapas en un viaje cuyo objetivo es conseguir fotos que mostrar a los amigos. Y aquí es donde hemos fallado, como sociedad, como demandantes de democracia, como intelectuales, nos hemos conformado con las puertas abiertas y hemos permitido que con eso baste, nos hemos conformado con echar un vistazo y satisfechos comentamos en los cafés, escribimos editoriales, recomendamos a los amigos, sin ser conscientes de que nos limitamos a decir Oh!!! Qué caballo tan bonito!!! Mientras, la cultura sigue siendo patrimonio de unos pocos, los que deciden qué debemos ver, cuándo, a qué precio. Los que programan carreras universitarias como parrillas televisivas, los que diseñan políticos como un traje a medida, los que convocan a las masas que como tales esperan la apertura de las puertas del circo, y si es gratis, mejor.
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