No son pocas las veces que despierto oyendo a los perros ladrándole a la noche, tu foto respirar en alguna parte de mi memoria, silbar la llama del mechero. Suelo fumar unos diez minutos del humo de tus ojos fijos en un billete a Burdeos, esa horrible excusa que ni tú mismo creías, o en la encantadora postal de un Pont no sé qué nocturno y con tranvía que guardo boca abajo, en el cajón, para leer, cada vez que voy a coger unas bragas, tu bonita caligrafía, gracias por todo, como en una factura de El Corte Inglés.
Siento un frío oxidado y enciendo la luz mientras le miro durmiendo a mi lado, Adriá, 29 años, ingeniero agrónomo, que ahora se gira y pregunta si estoy bien, porque la luz a las tres de la mañana. Son las cuatro y veinte, le corrijo, y se da la vuelta farfullando alguna cosa. Le conocí hace dos meses. Es la tercera vez que se queda a dormir. Mañana rompo con él.
Pero, aún así, apago la luz, ahora que ya he situado el cenicero y que por la presiana se destila el paseo con farolas en donde encontrábamos sombras como nuestras sombras y flores para la cocina y manos en la cintura.
Puedo adivinar como una hache mayúscula en la puerta del armario. No por casualidad todas las historias comienzan con un insoportable reguero de haches que convierten cualquier intento por escribirte en un retórico ejercicio de silencios. Tendría que poder gritar todas esas haches, amor, aunque sólo fuera por ver si se desvanecen como el resto de tu ropa, si se marchitan como los fantasmas convertidos en bolsitas de alcanfor.
Vaya! Qué cosas se me ocurren a las cuatro y veintiséis!
Adriá suspira, y yo con él, la última calada. Tengo que dejar de fumar, también. Y ponerme a plan de ensaladas y fruta. Y consumir el cupón de descuento de la zapatería.
¿Sabes? Creo que esta es la primera vez que te pienso en español. Y en voz alta, me temo porque Adriá pregunta y le dejo un beso en la espalda, que agradece con un te quiero. Y yo a ti, le digo. Y me voy acurrucando. Mañana no le voy a dejar. Es un encanto. Te caería bien. Es del Joventut.
Eso debe ser el camión de la basura, ahora pasa por mi calle, y los taxis y los gatos y las parejas que salen del cine y los obreros que silban a las chicas y las chicas con sus faldas tan cortas y sus piernas tan largas y los chicos en vaqueros que mueven el rabo tras ellas. Y los árboles pierden sus hojas en las aceras. Y los pájaros emigran.Y, a veces, es septiembre. Y va llegando el sueño.
Cómo era esa canción que nos gustaba? Esta es la canción de las noches perdidas...
2 comentarios:
Sos grande.
A veces llueve se hace grande con amigos como vos. Seguí pasándote por acá siempre que quieras.
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