El 16 de noviembre de 1989 moría asesinado Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Centroamericana y uno de los intelectuales salvadoreños, y latinoamericanos, más prestigiosos de su época. Es un hecho por todos conocidos que, junto a otros seis compañeros de la Universidad, y dos empleadas, fueron muertos por la acción de un grupo de soldados del ejército salvadoreño, en un acto instigado desde las más altas esferas políticas y militares de El Salvador. En Portada, dedicaba el pasado domingo su programa a rememorar, más que la figura de Ellacuría, el acontecimiento luctuoso de su asesinato, del que se cumplirán, en breve, veinte años. El documental, que podéis ver en la web de RTVE si no tuvistéis oportunidad en su día, muestra, también, cómo El Salvador sigue siendo uno de los países más pobres de Latinoamérica, y cómo una reducida elite sigue, dieciocho años después del final de la guerra civil, controlando las esferas económicas y políticas del país. Algo con lo que debe enfrentarse Mauricio Funes, recien elegido Presidente de la República con un proyecto similar al de Lula da Silva en Brasil.
Sin embargo, son muy pocos los datos que el común de la gente tiene sobre Ignacio Ellacuría, y realmente, más allá de que fue asesinado, la mayoría no podríamos responder ¿por qué?
Su asesinato no fue, como se presentó en un primer momento, fruto de la barbarie de un enfrentamiento civil, sino un asesinato programado por quienes veían en las ideas de Ellacuría un peligro. Ignacio Ellacuría, doctor en Filosofía por la Universidad Complutense, miembro de la Compañía de Jesús, uno de los más destacados teólogos de la Liberación, era un activo defensor de la paz en El Salvador, que sólo llegaría con la eliminación de las enormes desigualdades sociales entre los diferentes sectores del país. Ellacuría denunciaba las ostentosas posesiones y privilegios de una reducidísima élite y las pésimas condiciones en las que vivía la mayoría del pueblo salvadoreño, lo que provocó, evidentemente, la reacción de quienes controlaban las instituciones, entre ellas el ejército que lo asesinó y la judicatura que absolvió a sus asesinos.
Igancio Ellacuría entendía, como los demás teólogos de la Liberación que la opción preferencial de la Iglesia, como Institución, deben ser los pobres, y los miembros de la Iglesia, laicos o seglares, deben comprometerse con la causa de los más desfavorecidos. Así, para Ellacuría, Jesús es uno de los ejemplos más evidentes de compromiso con los pobres y su muerte no es premisa necesaria para un fin (más bien ese fin es la consecuencia de su muerte) sino la reacción lógica por parte de los beneficiarios de un orden injusto ante quien propone un orden alternativo. El potencial revolucionario de la figura de Jesús, propuesto por otros teólogos de la Liberación, como Jon Sobrino, Leonardo Boff o Pere Casaldáliga (a estos dos últimos les cito en mi tesis) fruto de un análisis social en el que se incluyen argumentos marxistas, arranca de la idea de que la liberación cristiana no puede ser sin la liberación económica, social y política del individuo, lo que lleva a la necesidad de la lucha frente a la opresión y la opción preferencial por los pobres, priorizando la dignidad del individuo a la evangelización del mismo.
La jerarquía católica, en desacuerdo con el planteamiento de la Teología de la Liberación, consiguió, por medio de procesos contra sus ideólogos, silenciarla, hasta el punto de que, hoy, apenas es visible ni tan siquiera en Latinoamérica, lugar en donde consiguiera su máxima expresión.
Echadle un vistazo al documental, y a algunas obras de teólogos de la Liberación y luego me contáis. Merece la pena.
Os dejo una entrevista con Pere Casaldáliga, emitida en Informe Semanal hace unos años, por si no lo conocéis.
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