Nunca supiste decir hasta luego, y casi mejor, por no ir acumulando pelusas que adoptan formas o toman un nombre y ya no podemos deshacernos de ellas, por no crearnos esperas en las que, tal vez, mañana, como si sólo por pronunciar un hasta luego nos garantizásemos que mañana. Y para qué mañana. Como si no fuera posible tocar tu mano sin pensar que después. Como si no bastara. Como si tu mano fuera solo un anticipo. Una sonrisa, un beso, ¿y después? Esa absurda necesidad del futuro perfecto. Y después tus ojos, y detrás una hoja, una rama, el bosque. El inevitable contexto. ¡Sabes? Hoy he pasado por Estacio de França camino del trabajo. Todavía el tipo del saxo se esfuerza en La Tempestad, todavía me esfuerzo por pasar de largo, y aún no he conseguido sincronizar el cigarrillo que enciendo con el que, seguramente, apagas en este mismo momento en el que planearás qué hacer después, con la mesa llena de papeles, los posos del café haciendo alguna confesión, un libro por la página 93, y, si tenemos suerte, podemos ver al mismo tiempo cómo se mece esa araña, haciéndonos cosquillas, por el borde de los perfumes y las uñas, despertándonos de un tiempo y aparte, de los espejos. Y después? Después el paseo Picasso, seguro un pronombre personal, esta carta blanda, arrugada en el fondo de la papelera.
Ya te habrás dado cuenta, querido lector, querida lectora, que estas, digamos, cosas forman un todo unitario del que aún no comprendo la cronología pero que, de pronto, son. Y aún así, capaz que podemos leerlo en singular, o en masculino y viceversa. Pongamos que deshacemos una novela, barajamos sus páginas, que laboriosamente uniera el editor, y amablemente el impresor, siguiendo un lógico orden de comprensión y factibilidad, si es que eso existe. Supongamos, querido lector, querida lectora, que barajamos las páginas y las volteamos al azar, de tal modo, que Madelaine, que en el capítulo 6 muere trágicamente, en el capíitulo 9 es capaz de confesar su amor a John y vivir felices para siempre en el capítulo 4 y sucesivos. Supongamos que volvemos a barajar y el Doctor Ferrand, otrora malvadísimo antagonista, es ahora un triste oficinista o, las combinaciones son eternas. Supongamos, querido lector, querida lectora, que tienes una novela en tus manos, y después?
No hay comentarios:
Publicar un comentario