Comprábamos El País cada lunes (y cada martes, y cada miércoles, y el resto de la semana, pero, sobre todo, los lunes) para devorar la columna de Vázquez Montalbán, en la última página, y desde allí continuar la lectura hacia atrás, que es como debe leerse El País, de atrás, hacia adelante. (Otra cosa es el periódico del revés que quisimos montar con Agustín García Calvo , una historia que ya os contaré en otro momento)
Llegábamos los lunes a la facultad y como apenas íbamos a clase, algo que siempre he recomendado a todo el que quisiera escuchar, se aprende mucho más en la cafetería de la facultad que en la mayoría de las clases, y cada vez se reafirma más mi posición desde que Bolonia y la ausencia de reflexión en la Universidad. Sólo deberíamos ir a las clases que realmente aportan, y la cafetería, en muchas ocasiones, se convierte en un lugar mucho más propicio a la reflexión que las aulas. Llegábamos, decía, con la columna de Vázquez Montalbán leída, que comentábamos, admirábamos, discutíamos, después de que alguno pidiese unos cafés y algún otro: Habéis leído al gran Manolo esta mañana? Como si fuese uno más, como si Alberto, Turu, Pablo, Toni, Salva, Cachopo, Mónica, y el gran Manolo.
Poeta, periodista, gastrónomo, novelista, culé, pero, sobre todo, maestro para todos nosotros, preguntado, a comienzos de los noventa por qué seguía definiéndose comunista en el mundo del fin de la Historia, el sálvese quién pueda, y el yo nunca estuve allí, el gran Manolo contestó "me gusta ser el que apaga la luz"
Citábamos el Manifiesto Subnormal con cualquier excusa y lo añadíamos a la bibliografía imprescindible sobre cualquier tema, ¿Acaso no es imprescindible pensar-se? Renovador del periodismo español, sus crónicas sobre la visita de Juan Pablo II, Y Dios entró en La Habana, a Cuba se editaron a modo de retrato costumbrista de una sociedad sujeta a millones de contradicciones, en pleno Periodo Especial, eufemismo para identificar al boxeador a punto de caer a la lona, que aún se tambalea sobre el ring.
No pretendo glosar una vida, una obra, que ya conoces, que forma parte de la Historia de este país. No sé si trata, más bien, de glosar mi propia historia (la Historia con mayúsculas, la historia con minúsculas, recuerdas?) por aquello de "no son ojos porque los miras, son ojos porque te ven" y soy porque también Vázquez Montalbán, cuya muerte nos pilló tan de sorpresa como a él, brindando, en el Café Español, por el polaco que diseccionó la corte del Rey Juan con mayor sabiduría.
Maruja Torres acaba de ganar el Nadal mientras se reúne en su salón con el fantasma de Manolo, y de Terenci Moix, a la espera de un tiempo muerto que reordene la situación antes de volver a la cancha.
Ahora que ya no compro El País, que dejé la facultad hace unos años, y el café me sienta mal, y los columnistas peor, que todos esos nombres no son más que los nombres que menciono cuando me pongo pesado y te hablo de aquellos maravillosos años, ahora que Vázquez Montalbán vuelve a las páginas del periódico, se me ha ocurrido pedir un tiempo, aunque sea muerto, para reordenar esos lunes, justo antes de apagar la luz.
1 comentario:
Ya era hora de que publicaras algo interesante...
Publicar un comentario