viernes, 14 de diciembre de 2012

Nos volveremos a ver y te diré que estás muy guapa y tú que estoy más viejo. Te cederé el paso a la entrada del café para corroborarlo después de prolongar más de lo necesario un abrazo que reprime las ganas de besarnos. Me contarás de tu trabajo y de tus planes, preguntarás si sigo escribiendo. Te diré que no. Te hablaré de ella sólo para provocarte celos que disimularás hablándome de él y volveremos al tiempo de la facultad para repasar nombres casi olvidados y, en un descuido, mirarnos como entonces. De pronto, tal vez la mano en el pelo, un gesto que no te conocía, aunque de inmediato la última película o montones de libros que no me da tiempo a memorizar y yo que allá no llega demasiado de esos autores catalanes en los que te has especializado o que sigo una serie de la que no has oido hablar. Seguro que una foto de la niña y una expresión que no utilizabas. Un segundo para asimilar que ahora te llamas mamá y quizá aproveche para un vistazo furtivo al reloj pensando que, a esta hora, ella llega a casa. Me darás tu nuevo correo, que te cansaste del antiguo, y descubrirás que ya no soy tan torpe con las nuevas tecnologías. Al segundo café: descafeinado al tercero tu cerveza sin alcohol que defiendes con los puntos del carnet de conducir. Por supuesto habrá un momento para reproches y otro más de algún oportuno silencio hasta que esa sonrisa y alguna frase con doble intención que recogerás pidiendo la cuenta discretamente, como hacen las vecinas del barrio al que te has mudado. Seguirás tomándote el otoño como algo personal y buscaré de nuevo tu cintura cuando un decente beso en la mejilla y hasta luego resbalando por la gabardina. Y claro que el amor! como un lunar, no sé, como una cicatriz a veces, como el interrogante que descubren al desnudarnos nuestras parejas oficiales, esas que constan en el registro, las que ponen apellidos a nuestros hijos, a las que amamos después de amar.




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