lunes, 21 de julio de 2008

LOS OCHENTA SON NUESTROS

Resulta que vuelven los años 80, entre otras cosas, porque los tipos que hacen los anuncios vivieron los ochenta. Y vuelven no como reivindicación de valores o fines o modas, vuelven recordando a Narajito o Willy Fogg, a Mecano o al Comando G, los donuts o la chispa de la vida. No es nada nuevo, el revival existe desde los tiempos de la publicidad, y ya Homero era un publicista de Héroes o Dioses, y no el primer periodista de la Historia, (Manuel Vicent ayer en El País) cuestión de puntos de vista.
Cualquier generación cree que la suya es la mejor, la más todo, la menos nada. Cuántas veces yo a tu edad, cuántas veces, en mis tiempos si que, pero nuestra generación aporta en esto del revival, como novedad, un idílico pasado de eterna felicidad infantil, el mensaje debe ser en mis tiempos sí que se jugaba, sí que sabíamos divertirnos, supongo. Porque, realmente, qué aportan los 80? ¿La revolución conservadora de Thatcher o Reagan? ¿La cultura del pelotazo? ¿Michael Jackson? ¿Acaso no es la década perdida?¿Podemos estar orgullosos de nuestro pasado generacional? Cierto que disidentes de lo establecido siempre hubo. Contadas excepciones.
Pero por qué precisamente el recuerdo infantil es el que se valora? Porque seguimos siendo adolescentes aún treinta y tantos. Cómo no? Alargamos el periodo de formación, trabajamos en empleos inestables, con sueldos que apenas rondan 1000 euros, vivimos con nuestros padres sin opciones a una independencia real, nuestros padres nos enseñaron a ser propietarios y no arrendatarios, pero tasan sus pisos en precios restrictivos, y seguimos viviendo con ellos, sin responsabilidades, sin recibos que pagar, sin agobios. Podemos, eso sí, comprarnos un coche, viajar al extranjero, salir a cenar cada fin de semana, comprar video juegos, somos adolescentes con 1000 euros en el bolsillo. La sociedad en la que vivimos nos ha convertido en eternos adolescentes, y parece que nos gusta. Consuma no piense, ya lo hacemos nosotros por usted, ya le decimos qué debe leer, qué película ver, que opinar sobre cualquier cosa, y hacerle creer que es su propia opinión.
En los 90 el revival recordaba la transición, la lucha antifranquista, los movimientos de liberación nacional, la voladura del Diario Madrid. La generación anterior a la nuestra nos ninguneaba, nosotros sí que cerrábamos la universidad, sí que luchábamos por motivos que merecían la pena, sí que éramos conscientes del mundo en que vivíamos. A sí? Después votaron por Thatcher y Reagan, Se habían convertido en propietarios.
Y nosotros? Misma actitud para con los que vienen detrás. Que si los chicos de ahora cometen faltas de ortografía, que no respetan nada, que no saben hacer derivadas, pero qué demonios es una derivada? Que si sólo se manifiestan si hay botellón. Pensemos, cuántos de nosotros insumisos, cuántos acampados o encerrados por el 0,7, cuántos por una vivienda digna, o por el asesinato de Lucrecia? No, no somos propietarios pero, os acordáis de Aznar o de Bush?
“¿Y si no nos basta con comer caliente y comprar camisetas, para tener ilusión por la vida?” Estrenada en 1988, Los Ochenta son nuestros, de Ana Diosdado, refleja la inquietud de una generación, nuestra generación, por el futuro que se le aproxima a pasos agigantados. Algún día dominaremos el mundo, nos prometimos, y ese día ha llegado, el plan era tomar primero Manhattan, luego Berlín. De momento, una Coca Cola, con mucho hielo, jefe.

First we take Manhattan. LEONARD COHEN

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