lunes, 24 de marzo de 2014

-¿Qué vas a hacer con esto?

-Un poema- Respondo, y mira incrédula hacia el montón de recortes de prensa que ella pretendía tirar a la basura como antes hizo con la ropa vieja o con los tickets del Caprabo. Le ha entrado la manía de la limpieza aunque a mí me parezca más simbólico que funcional, y me temo que lo siguiente en ir a la basura vaya a ser yo mismo.

-Estás tirando nuestro pasado al contenedor.

-Estoy reciclando, cariño. Los poemas van al orgánico, no?- Sacando la lengua, consciente de que se la morderé en breve.

-Ponlos en el vidrio, amor, son cristalinos.

-Son plastificados, querido, aunque odie la crítica literaria de cajas de cartón con nombres rimbombantes.

Rimbombante. Me encanta cuando utiliza su español del XIX, ella tan siglo XXI de internet y Coca Cola Zero, ella que no es sino un personaje del realismo mágico en el que creemos vivir, que de vez en cuando pone orden en lo que considera un caos, por la necesidad matemática de sentirse presente y sujeto en esta relación de gerundios y subjuntivos.

Del cajón de abajo saca un plano de Praga, un llavero con el escudo de Racing, la foto que nos hizo su hermana en la que lo único que permanece inmutable es el ábside románico que señala con los ojos llenos del verde de los diecinueve años, en donde se reconoce no más porque una vez tuvo una camiseta como esa.

-T'acordes? Aquella nit et vas enfadar amb mi.

-Y sigo enfadada, ¿cómo lo haces?

-Em vaig casar amb tu.

-Es algo que no te voy a perdonar nunca.- Dice mirando a la fotografía, y tengo la impresión de que le habla a ella más que a mí. De que se habla a ella. De que ha dudado si tirar también la foto al lugar en donde los ábsides románicos pasan a formar parte de la Historia que les cuento a mis alumnos, a los que también les hablo de ti, a quienes les digo que llegará un día en el que se encontrarán frente a un ábside románico y sentiran la insoportable necesidad de golpear las piedras como para notar que realmente, que están vivas, que mil años después sonríes agarrándola de la cintura para que su hermana dispare la foto y disparar es el peor verbo para fijar en el pasado estos que ya no somos, que se disparan cuando aparecen de entre la ropa de los cajones de abajo, la que ya nunca te pones, la que ya no te vale, la que acaba en la basura con los poemas que ya no te escribo.

-¿Por qué nos hacemos fotos?- Me pregunta como si supiera la respuesta, como si hubiera una respuesta.

-No lo sé. Supongo que por darnos el gusto de romperlas y  creernos que rompemos los recuerdos.

No le convence así que guarda de nuevo la foto en el cajón, y coloca encima el plano de Praga, el llavero de Racing, los recortes de prensa, la ropa vieja, todas esas cosas que vamos almacenando para evitar que aparezcan, de pronto, las viejas fotografías no vaya a ser...

-¿Te acuerdas de por qué me enfadé contigo?

-Te dije: Te quiero.

Me encanta cuando sonríe así.











No hay comentarios: