viernes, 11 de octubre de 2013

CON TODO MI AMOR, Y ESAS COSAS QUE SE PONEN EN LAS DEDICATORIAS

No te pongas tonto, dice y saca la pose de profe mala cuando recuerdo que tres años sin vernos y que me escribe muy poco y esos reproches que siempre vienen justo después del abrazo y del beso, que no parecen un abrazo ni un beso, al entrar en el vagón, y casi se pone tonta ella también. Así que se sienta a mi lado y le ofezco de la manzana que acabo de empezar, los miércoles no me da tiempo más que de comer rápido camino de clase, y le parece que queda como bíblico, que mejor no lo escriba, porque al final lo escribiré, igual que al final muerde de la manzana. Se hace una coleta como quien se planta frente al mundo. Se molesta si corrijo el leísmo. Arruga la nariz si le hablo de ti. Tuvimos dieciseis años de besos en su portal y manos y cremalleras, de un ratito más, de un tengo que irme, que fueron cumplir diecisiete y uno llamado Adrián, aunque ella dice que una con nombre de estación de metro, de las que quedaban tan lejos que parecía como si un océano. Y luego dieciocho. Y luego diecinueve.
No me mira como creo que me mira pero aun así le propongo el Van Gogh, un capuccino, una conversación de más de tres paradas de metro, que rechaza con la mirada y con el mamotreto de mil páginas, que llama libro, como si de un escudo sobre el pecho. No ha comprado el mío. Esperaba que se lo regalara. Dedicado, aclara. Ya tenemos un motivo para volver a encontrarnos en el metro cualquier otro día.
En Retiro sube una mamá empujando un carrito de bebé. Sonríe al niño. Juega con él. Le coloca la manta. Le llama amor. Nos quedamos mirando en silencio, hasta que, me bajo en Goya, dice poniendo la mano en mi pierna y tragando saliva pero con esa sonrisa tan bonita. Suspira. Vuelve a sonreir. Comprueba que efectivamente es su parada al salir del túnel.

Ya de pie, haciendo equilibrios para que no se le caiga el libro o el bolso o alguna lágrima, me quita, en un arrebato, la mitad de manzana que queda. -A veces me da hambre-Y sale cuando ya suena el silbato.

-Acuerdate de mí, ¿quieres?

Y dice adiós con la mano
como una niña.




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