"Se puede vivir una larga vida sin aprender nada" piensa José, un jubilado argentino, camino del banco que le estafó 15.344 dólares y al que le va a cobrar su deuda en forma de atraco justo para recuperar esa cantidad, ni un dólar más, ni un dólar menos. Sin embargo, las cosas no suceden como las tenía previstas, y debe huir, tras el golpe, con la compañía de Pedro, un joven yuppi empleado del banco, y la polícia tras sus pasos.
Es el comienzo de Caballos Salvajes (Piñeyro, 1995) una pequeña historia de fracasos y aciertos en la Argentina de mediados de los noventa, en plena era Menem, en plena expansión del capitalismo salvaje que llevaría al país hacia el corralito, los piqueteros y la peor crisis institucional de los últimos veinte años. Piñeyro, con la maravillosa colaboración del gran Héctor Alterio (José) y del correcto Leonardo Sbaraglia (Pedro) construye una fácil denuncia de un sistema que, por definición, excluye a los más defavorecidos, a los jubilados como José, a los jóvenes como Pedro, cuyo única posibilidad de aportación al sistema es su fuerza de trabajo, presente o futura.
Pero no nos engañemos, Marcelo Piñeyro no es Adolfo Aristaraín, y el proyecto se le queda grande, con lo que prefiere elaborar un mensaje sencillo, sin demasiadas filosofías, una road movie de buenos y malos, de chica descolocada, de yuppi reconvertido en humanista, de la vida merece ser vivida y que te dejen vivirla. Y como toda road movie con una excelente banda sonora a cargo de Andrés Calamaro, culpable de una fantástica selección musical, posiblemente lo mejor de la película, a base de Creedence Clearwater Revival o Los Rodriguez, pasando por Leon Gieco y su archiconocido País de la Libertad.
Un buen rato, una posibilidad de café y tertulia, una tarde de puños en alto ahora que tendemos a guardarlos en el bolsillo del pantalón.
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