jueves, 8 de enero de 2015

Hace un par de años le hubiera pedido que se viniera a vivir conmigo. El martes me conformé con pedirle un café, largo, en vaso, como siempre, mientras ella aprovechaba para ir al baño y a mí se me hacía eterna la espera. La vida es eterna en cinco minutos, querida Amanda, me dice a la vuelta colocando las manos, frías de enero, en el vaso para calentarlas. Eso sí, se sienta a mi lado, lo que es un detalle, porque puedo poner la mía en su muslo mientras me cuenta y le cuento y a veces nos miramos, así, como se miran los recuerdos o los cuadros de los museos, sólo un ratito y ya. Está de paso. Por papeleos. Se va a casar con otro. Casarse con otro es lo habitual, sabes? Tiene el día sarcástico. Los dos sabemos que deja los insomnios para llorar. Aunque últimamente la noto más feliz, o al menos algo cercano a eso. Casarse con uno mismo es más de escritores ególatras de medio pelo. Y toca el mío. En la última foto lo llevabas largo. Entre el pelo corto y que dice que con gafas parezco más viejo y el Trinaranjus de limón me hace sentir...así que hablamos de libros y de películas y reímos como si nada y nos miramos como si todo. Está metida en un proyecto colectivo para publicar un libro sobre la relación entre pintura y literatura de finales de siglo XX y tiene que volver justo al día siguiente, vía Londres, para entrevistarse con no sé qué pope de la industria museística y la palabra industria le queda fatal a sus labios. Es una forma de aceptar la derrota, admite. Tú mismo sabes que la Literatura también es un negocio. Incluso los matrimonios, le sugiero. Y no contesta supongo que por no abofetearme en público. Él al menos se ha atrevido a pedírmelo, dice mirando fijamente los posos del café, intentando adivinar...Te casas con él porque yo no te lo pedí? Me caso con él porque le quiero...más que a ti. pero sí, supongo que también es un negocio. Le pedí disculpas que no hacían falta según ella. Seguimos al menos media hora más. La facultad, los viajes que hicimos, los que aún están pendientes, los amigos que hace años. Se nos hizo tarde para cualquier cosa que no fuera volver a nuestras vidas pero aún aceptó llevarme en coche y así poder reprocharme porque sigo sin permiso de conducir, porque parezco un burgués con chófer. Nos despedimos en el portal de mi casa no sin antes haberle preguntado si quería subir. Sí, sí quiero, por eso no voy a subir. Respondió. A veces el tiempo es eso que se nos queda en los labios sin atrevernos a pronunciar, que va formando surcos, que va generando un espacio tal que nos permite hablar sin necesidad de palabras. El beso si fue de los de antes, de los de siempre me escribió esa misma noche desde la casa de su madre. Cada vez que quedo contigo tengo diecisiete años, terminaba su e-mail que ahora mismo releo y borro para no volver a releer.












3 comentarios:

S dijo...

precioso, como los de antes. Hacía meses que no me gustaba tanto uno de tus textos :)

Pd. Blogger me pide que demuestre que no soy un robot o_o

Jita dijo...

..."reímos como si nada y nos miramos como si todo"... Sin palabras, me ha flipado. Borja.

J. Oliva dijo...

Gracias, chicos, me alegro de que os haya gustado.
Borja, tío, qué abrazo grande tengo ganas de darte!!!