Laura aún no ha decidido qué nombre poner al bebé que espera, me cuenta el otro día entre café y rechazo de cualquiera de mis propuestas tremendamente originales para nombrarle. Nicolás, que ya está pillado en su familia y tampoco le vale, nuestro Nicolás tuvo que hacer un trabajo para el cole en el que explicase por qué de su nombre (por cierto, qué manía esta de los profes: mandar deberes a los niños, cuando en realidad son deberes para los padres, y con tres años que tiene el nuestro más aún) pero la historía de su nombre se resume muy pronto: Nicolás era un nombre que nos gustó desde el principio, desde que Mari rechazó de pleno Jordi, que era mi primera opción, la segunda era Che y tampoco le gustó. Las letras de su nombre son las primeras que Nicolás ha aprendido a leer (la mayoría de la humanidad cree que leer se limita a eso, a juntar letras, pero esa es otra historia, hoy hablaba de nombres).
En el Principio fue el verbo y Adán nombró a todas las cosas, dice la tradición judia. Nombrar es identificar, es individualizar, aunque irremediablemente tendemos a relacionar un nombre universal con una persona concreta, digo, Laura rechaza los nombres que le propongo porque les recuerda a personas que prefiere no recordar. Yo mismo evito nombrar a mis personajes cuando escribo para eludir confusiones, aunque cada vez que escucho el tuyo fuera de contexto ...
2 comentarios:
Se me ocurre que, Todos los nombres, podría ser el título perfecto de tu próxima novela. Calidoscopio de amores imposibles y de abandonos varios, donde un personaje perdedor enumera sin rubor alguno la larga lista. ¿Compras?
pues es una buena idea!!!
Desde luego si escribiese una novela hablaría de amores imposibles y abandonos varios, de lo que no estoy tan seguro es de que hubiera varios nombres...
un abrazo Ramón
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